Fecha de emisión: 27 abr, 2001
El sello de la presente emisión, dedicado al Gran Teatre del Liceu, reproduce una panorámica de la Sala vista desde el escenario.
Desde hace más de 150 años el centro operístico nacional ha venido siendo el Liceu de Barcelona, espacio inaugurado en 1847 que inicialmente acogió un variado programa sinfónico, vocal y teatral. La actividad del también llamado Liceo Filarmónico Dramático de S.M. la Reina Isabel II no fue exclusivamente operística, dio cabida a espectáculos de contenido diverso. La construcción del Liceu, encargada al arquitecto Miquel Garriga i Roca, fue posible gracias a las aportaciones de accionistas particulares. El edificio, cuya sala se proyectó en forma de arco de herradura, permitía el acceso a unas 4.000 personas, llegando a ser entonces el teatro más grande de Europa. En el año 1861 quedó destruido tras sufrir un incendio siendo rehabilitado un año después por Josep Oriol Mestres, ayudante de Garriga i Roca. En su decoración intervinieron prestigiosos artistas catalanes como Martí i Alsina, Rigalt, Mirabent y Vicens. La tradición operística del Liceu y la fascinación de su público por la calidad de voces se hizo evidente desde sus comienzos. El repertorio belcantista romántico (Rossini, Bellini, Donizetti) y Verdi fueron los más admirados. A finales del siglo XIX, el Liceu, que ya gozaba de prestigio internacional, amplió su repertorio operístico con estrenos de Verdi, obras del verismo italiano, dramas musicales de Wagner y títulos de la grand opéra francesa. El siglo XX abrió las puertas del Liceu a los grandes directores de orquesta, músicos y compositores. En él han interpretado y dirigido Falla, Pau Casal, Karajan, Richard Strauss, Stravinsky, Turina, Muti, Ros Marbà, etc. Y cantado voces como las de Kraus, María Callas, Pavarotti, Caballé, Renata Tebaldi, Carreras, Teresa Berganza y Plácido Domingo. Los bailarines y coreógrafos Maia Plisetskaia, Nureyev, Ullate, Duato, Alicia Alonso y Cortés también mostraron su arte. El Gran Teatre del Liceu ha emergido de sus cenizas con ímpetu. Tras el fatídico incendio de 1994, hoy se constituye nuevamente en símbolo identificador de la cultura de Barcelona y de Cataluña.
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