Fecha de emisión: 30 may, 2024
Si abrimos un periódico de la época, encontraremos a Carmen de Burgos en muchos lugares, bajo nombres variados: Colombine, Marianela, Perico el de los Palotes, Gabriel Luna… y siempre será ella y nunca del todo la misma.
La primera periodista profesional española nació en Almería en 1867, y murió en Madrid en 1932. Recibió una educación con un peso mayor de lo que se acostumbraba en la burguesía a la que pertenecía (obtuvo, por ejemplo, plaza de maestra), se casó joven y su matrimonio resultó una experiencia tan devastadora, plagada de humillaciones y maltrato, que la llevó no solo a la separación sino a una defensa encendida del derecho al divorcio, que defendía en la columna para mujeres que le concedieron en el periódico madrileño El Globo. En esta colaboración y las posteriores, Colombine partía de los temas clásicos dedicados a las lectoras femeninas (la moda, la belleza, el arte de recibir) y desembocaba en otros como el derecho a voto, la higiene o la necesidad de la educación de las niñas.
Admirada por la valentía con la que afrontaba temas polémicos con el eje siempre en la mujer de su época, criticadísima por eso mismo, instigadora de tertulias literarias y de vínculos entre autores, a los que convocaba, apoyaba y cuyos egos apaciguaba, su relación con Ramón Gómez de la Serna, veinte años más joven que ella, contribuyó a considerarla una mujer extravagante, cuyo talento disculpaba la ruptura de las convenciones, pero que se encontraba siempre en el punto de mira: el que con el tiempo su propia hija mantuviera un romance con Gómez de la Serna fue usado como prueba definitiva del castigo merecido a una conducta libre y atípica. Fue la primera mujer en cubrir como reportera de guerra una contienda, la guerra de Melilla, lo que la llevó a ser una convencida pacifista: cubrió el Crimen de Níjar en 1928, que andando el tiempo Federico García Lorca transformaría en Bodas de Sangre.
Sus obras de ficción, novelas y novelas cortas, y sus libros de viajes han envejecido peor que sus artículos, en los que se encuentra un retrato fascinante y heterodoxo de qué interesaba a la sociedad de su época y sus intentos por convertir en cercanas y atractivas las reivindicaciones más extremas. Su labor didáctica, su ironía y la inagotable energía que desplegó en aquello que creía justo son quizás los tres elementos más atractivos de una mujer que murió con la convicción de que sus ideales habían encontrado eco en una República que prometía todo aquello por lo que ella había luchado.
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